Auge de las Energías Renovables: Un reto para la Integración Eléctrica

Yolanda Villegas

General Counsel Envases

El año pasado, el sector eléctrico global alcanzó un hito importante: por primera vez, la generación proveniente de fuentes bajas en carbono (es decir, sumando energías renovables como la solar, eólica, hidro, biomasa, etc. y la nuclear) superó el 40 % del total de electricidad producida. De ese total, las energías renovables representaron el 30 %, y la nuclear el 10 %.

Este avance es el resultado del crecimiento acelerado de la energía solar fotovoltaica, que prácticamente duplicó su producción en apenas tres años, y junto con la energía eólica y la hidroeléctrica, está redefiniendo el panorama de la matriz energética mundial. Sin embargo, a pesar de este progreso, en ese mismo año, hubo un aumento aún mayor en la demanda de electricidad.

Este incremento estuvo impulsado por factores como olas de calor más frecuentes, la expansión de centros de datos, el uso intensivo de aire acondicionado y la electrificación creciente de sectores como el transporte y los edificios. Por esto, muchas redes eléctricas se vieron forzadas a recurrir aún a fuentes fósiles como respaldo, lo que deja en evidencia que, aunque las renovables avanzan, la dependencia de tecnologías convencionales no ha desaparecido.

La transición energética actual está siendo respaldada por niveles históricos de inversión. Prueba de ello, es que en este año, se espera que la inversión global en energía alcance los 3.3 billones de dólares, de los cuales dos tercios se destinarán a tecnologías limpias. Solo la energía solar concentrará más de 450 mil millones de dólares, y el almacenamiento en baterías superará los 66 mil millones. Los mercados y los gobiernos han comenzado a comprender que el corazón de la transición energética no está únicamente en generar energía limpia, sino también en garantizar su disponibilidad constante y su integración segura en los sistemas eléctricos existentes. Sin embargo, a pesar de este impulso financiero, diversos informes advierten que la capacidad de los sistemas energéticos para adaptarse institucionalmente, modernizar sus redes y preparar marcos regulatorios adecuados, aún no crece al ritmo necesario para acompañar esta transformación.

Uno de los principales desafíos de la revolución renovable es la integración efectiva de estas fuentes en la operación diaria de los sistemas eléctricos. La naturaleza intermitente del sol y el viento implica que su generación varía hora a hora y día a día, por lo que es indispensable contar con soluciones de respaldo que mantengan la estabilidad cuando las renovables no generan suficiente energía.

Aunque tradicionalmente esta función ha recaído en centrales de gas o carbón, la tendencia es avanzar hacia tecnologías de almacenamiento, como las baterías de gran escala. En Europa, por ejemplo, se alcanzaron 61 GWh de capacidad de almacenamiento el año pasado, un avance significativo, pero aún insuficiente para cubrir las necesidades futuras de electrificación masiva. Paralelamente, las redes eléctricas deben ser rediseñadas para permitir una operación más flexible, bidireccional y automatizada. La experiencia del apagón que afectó a la península ibérica este año puso de manifiesto que incluso sistemas con alta penetración renovable pueden ser vulnerables si no cuentan con suficiente respaldo y dispositivos de control adecuados.

En este contexto, el gas natural desempeña un papel complejo. Por un lado, ofrece una solución flexible y de rápida respuesta ante variaciones en la oferta renovable, lo que le permite actuar como respaldo en momentos críticos. Por otro lado, su carácter fósil y la posibilidad de emisiones fugitivas de metano lo convierten en una fuente controvertida desde la perspectiva climática. Aunque genera menos dióxido de carbono que el carbón, su permanencia en la matriz puede dificultar una descarbonización profunda si no se establece un calendario claro para su sustitución progresiva. La clave está en utilizarlo de forma estratégica y limitada: como apoyo temporal mientras las tecnologías limpias alcanzan la madurez necesaria para operar con plena autonomía.

El camino hacia un sistema energético sostenible implica mucho más que aumentar el número de paneles solares y aerogeneradores. Requiere transformar profundamente las redes eléctricas, desarrollando infraestructura inteligente capaz de gestionar múltiples fuentes, distribuir energía de forma eficiente y garantizar estabilidad ante eventos extremos. También exige la adopción de mecanismos de almacenamiento que permitan equilibrar la oferta y la demanda en distintas escalas de tiempo: desde horas hasta estaciones completas. Además, se necesita una nueva arquitectura institucional que promueva la cooperación entre países, la estandarización de tecnologías y la participación de los usuarios en la gestión energética.

Las interconexiones regionales permiten compartir excedentes y reducir vulnerabilidades. En paralelo, el desarrollo del hidrógeno verde como forma de almacenamiento estacional y sustituto de combustibles fósiles en la industria podría convertirse en un componente clave de los sistemas energéticos del futuro. Por su parte, el gas natural deberá encontrar su lugar en este esquema, aportando seguridad cuando sea necesario, pero sin obstaculizar la entrada de opciones más limpias.

La aceleración de las energías renovables representa, sin duda alguna, uno de los capítulos más prometedores de la historia energética. Se está añadiendo capacidad solar y eólica a ritmos sin precedentes, y las inversiones en tecnologías limpias han superado por primera vez a las de combustibles fósiles. Pero, la revolución no estará completa hasta que no se logren integrar de manera segura y eficiente.

El verdadero reto, hoy, no es solo generar electricidad sin emisiones, sino contar con sistemas capaces de gestionarla en tiempo real, distribuirla de manera justa y utilizarla cuando realmente se necesita. Si estos avances se acompañan de una transformación profunda de la infraestructura y de una visión estratégica de largo plazo, entonces sí estaremos frente a una transición energética justa, inclusiva y técnicamente viable. En caso contrario, podríamos quedarnos con una abundancia de renovables, pero sin la capacidad de aprovecharlas plenamente.

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