Por Amado Villarreal
En Perspectiva
Donald Trump será nuevamente Presidente de los Estados Unidos de América a partir del 20 de enero de 2025. Su regreso al poder traerá sin duda varios cambios en diferentes aspectos del entorno global, desde la migración internacional, los conflictos bélicos vigentes hasta las relaciones comerciales entre regiones y países, pasando sin duda por la política ambiental y energética, estas dos últimas estrechamente vinculadas.
Es justo en esta última política, la energética, donde se percibe un cambio radical que afectará sin duda la vida de la población mundial. Y no es una exageración, ya que su política energética a favor de las energías fósiles sin duda retrasará el avance de las energías limpias y combatir el cambio climático, no solo de los EE. UU., uno de los mayores emisores de CO2 del planeta, sino de todo el mundo.
El futuro Presidente Trump en sus diferentes discursos y anuncios ha considerado como un argumento falso el cambio climático, incluso ha señalado que este argumento es en realidad una estrategia primordialmente para beneficiar a China, el principal y más competitivo productor de las nuevas tecnologías energéticas, desde paneles solares hasta vehículos eléctricos pasando por baterías y electrolizadores. En 2024 el volumen de exportaciones de China en estas nuevas tecnologías prácticamente igualó al volumen de exportación de hidrocarburos de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos juntos, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (AIE). Sin duda un gran avance en seguridad energética para el principal importador de petróleo del mundo.
El argumento de Trump, frente a su negación climática, es favorecer los intereses estadounidenses al reducir el impacto de precios de la energía en sus bolsillos con una mayor producción de hidrocarburos. EE. UU. es hoy en día el mayor productor de petróleo y gas del mundo, gracias al fracking, considerada dentro de su primer mandato presidencial como la mayor innovación energética del siglo. Sin embargo, surgen varios asegunes dentro de su postura:
Primero, es precisamente en la Administración de Joe Biden que se ha logrado la mayor producción de hidrocarburos de los EE UU y eso no ha logrado reducir los precios de energía para los estadounidenses, dado que su consumo de energía también proviene del sector eléctrico, del cual cada vez es más dependiente y tiene riesgos tanto de oferta como de demanda, dada su infraestructura eléctrica rezagada como por su mayor demanda producto de la tendencia natural hacia la urbanización y la electrificación del mundo.
Segundo, La producción de petróleo y gas empleando fracking es viable siempre y cuando el precio del petróleo internacional no baje de los 50 dólares por barril de petróleo, para mantener rentable la producción y no detenerla.
Tercero, las energías renovables han demostrado a la industria y al consumidor estadounidense los beneficios de la reducción de sus costos de energía cada vez más, resultando en ser una fuente de competitividad para varios sectores de su economía.
Cuarto, los estados y distritos que más han aprovechado los beneficios de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) son de preferencia política republicana, lo que ha proveído de recursos muy importantes para proyectos asociados a las energías verdes, esto hace ver que derogar o eliminar leyes o regulaciones a favor de las energías verdes requerirá del Congreso, el cual no necesariamente tendría ganado, con todo y que en su administración contará con ambas cámaras de mayoría republicana.
Todos estos argumentos muestran que la transición energética tanto en EE. UU. como en el mundo tienen su propia inercia, sin embargo, no es despreciable el efecto regresivo que tendrá el nuevo liderazgo en la Casa Blanca. Diversos estudios previos a su triunfo anticipaban un retraso significativo en el logro de las metas hacia el 2035, debido a que esta nueva Administración llega justo al cierre de la presente década.
México y sus dilemas
Por su parte, México enfrentará el reto de la renegociación del TMEC como lo han expresado algunos miembros del sector empresarial estadounidense como Larry Rubin. En este ambiente es muy probable que el tema energético y ambiental tenga un lugar especial, sin embargo, con este enfoque Trumpista a favor de los hidrocarburos luce un camino terso para continuar acrecentando la dependencia energética que tiene México de EE. UU. en gas natural y gasolinas.
Si México realmente sigue su reciente Estrategia Energética a favor de energías renovables, podría anotarse un punto a favor en la atracción de inversión y aprovechar realmente el nearshoring, dada la nueva postura estadounidense de relajar las exigencias ambientales, aunque para ello requiere urgentemente definir reglas de participación público – privada.
Finalmente, un elemento más en la ecuación comercial y la energía para México es China. Incorporar en su estrategia de infraestructura energética y política de innovación acuerdos con China le podría significar tener una visión de largo plazo, ya que la era trumpista podría durar solo cuatro años más y el reto ambiental global continuará posteriormente. China puede significar una moneda de cambio para lograr mejores condiciones para México y sus intereses, esperando que estos no solo consistan en mantener y acrecentar los empleos de una mano de obra barata, sino de miras más estratégicas para sofisticar su economía y realmente dar un salto de calidad.
Ya es hora de que México piense más como una de las 10 economías más grandes del mundo y con uno de los componentes de potencial de capital humano de calidad aun en crecimiento.