¿Qué tan crítica es nuestra dependencia del gas estadounidense?

Por Amado Villarreal  

Columna En Perspectiva

Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y a medida que han avanzado sus primeros meses en el cargo marcados por una guerra comercial, han surgido voces tanto en el sector público como en el privado advirtiendo sobre los riesgos que implicaría un posible cierre en el suministro de gas natural por ductos desde EE. UU.

A continuación, analizamos brevemente la situación del mercado de gas en México. Actualmente, producimos aproximadamente el 40% del consumo total; sin embargo, en su mayoría, ese gas proviene de PEMEX —sea que se aproveche o no— y esta proporción ha venido disminuyendo durante los últimos 20 años. Como resultado, debemos depender de importaciones que representan cerca del 72% del consumo total. El uso principal del gas en México es para generación eléctrica y la industria, lo que evidencia cuán crítico es su suministro para mantener la actividad económica en marcha.

El gas importado proviene principalmente de EE. UU., y alrededor del 60% de ese volumen se destina a la generación eléctrica, consolidándose como un insumo vital para la economía mexicana. Este panorama sugiere claramente que México debe reducir su exposición a riesgos en el suministro de gas, por lo que es imprescindible desarrollar proyectos de producción nacional y establecer capacidades de almacenamiento estratégico para administrar la disponibilidad de este recurso y gestionar posibles riesgos.

Pero, en nuestra realidad actual, ¿qué tan factible es que EE. UU. pueda cerrar la llave del gas natural? Analicemos algunos elementos que indican que no sería tan sencillo:

1. México representa aproximadamente el 27% de las exportaciones de gas natural de EE. UU. —un mercado difícil de abandonar por decisión unilateral—, además de que el transporte por ducto resulta ser la opción logística más económica y eficiente.

2. Una alternativa para EE. UU. sería transformar su oferta exportadora hacia gas natural licuado (GNL), que actualmente representa cerca del 59% de sus exportaciones totales. Sin embargo, al margen de la decisión de inversión en nuevas plantas de licuefacción con costos ambientales, esta decisión sería compleja en un entorno de guerra comercial, especialmente porque varios países, principalmente en Europa y Asia, están acelerando su transición energética y buscan reducir su dependencia del GNL estadounidense —como hicieron anteriormente con el gas ruso al iniciar el conflicto en Ucrania—.

3. Recientemente, el secretario de Hacienda reconoció las vulnerabilidades relacionadas con la importación de gas de EE. UU., pero minimizó el riesgo señalando que México cuenta con una “reserva fría” en sus capacidades de generación eléctrica, gracias a fuentes como el combustóleo y el carbón. Puso como ejemplo el corte de gas ocurrido en febrero de 2021, debido al frente frío en Texas, que impactó la infraestructura de ductos, pero en realidad no tenemos una evidencia clara que esa reserva haya funcionado completamente, especialmente en las plantas de carbón.

Por otro lado, existen otros elementos que parecen más delicados y, sin embargo, poco suelen considerarse en los análisis de riesgos:

1. De todo el flujo de gas natural de EE. UU. en 2024, que proviene de pozos de gas natural, petróleo crudo y gas shale, el mercado de exportación es solo un 7.7%  —que incluye los ductos a Canadá y México, y GNL al resto del mundo— lo cual muestra que se está claramente expuesto a riesgos ante aumentos inesperados en la demanda interna de EE.UU., por cambios climáticos, fallas tecnológicas o un crecimiento en sectores que usan electricidad intensivamente y que a su vez emplean gas natural, como es la inteligencia artificial y los sistemas de enfriamiento cuyo consumo eléctrico ha aumentado ante las más intensas olas de calor extremas.

2. Además del gas total producido en EE. UU., un 3.7% se destina a almacenamiento estratégico, y esta proporción podría incrementarse por motivos de seguridad nacional, lo que añade otra capa de vulnerabilidad en la continuidad de las exportaciones.

3. Por último, aunque podría parecer que las políticas de la administración Trump favorecen una mayor producción y exportación de energía fósil oil&gas —lo que beneficiaría a México—, algunas regiones productoras, particularmente las relacionadas con  oil & gas shale, son inviables si el precio del petróleo cae por debajo de los 50 dólares por barril de petróleo. Si ello sucediera, es probable que EE. UU. priorice el consumo interno y sus reservas estratégicas, afectando directamente la oferta de gas a México y a otros países importadores.

Este análisis pone de manifiesto que existen razones sólidas para que México reduzca su dependencia del gas estadounidense en el corto, mediano y largo plazo. Es fundamental replantear proyectos de inversión en producción nacional y en almacenamiento estratégico de gas, si realmente queremos por un lado cumplir con el Plan Nacional de Desarrollo en materia de soberanía energética. De lo contrario, una combinación de factores podría traernos muy malas noticias.

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